LOS PICAPIEDRA

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Pedro Picapiedra & Pablo Mármol

        El caos se ha apoderado de la Universidad de La Laguna. A estas alturas de la historia nos parece asombroso tener que recordar cuales son, o deberían ser, los objetivos prioritarios de cualquier equipo de gobierno de las Universidades Públicas, y que a nuestro juicio no pueden ser otros que mejorar las condiciones para la impartición de la docencia, tanto en lo que afecta al profesorado, al personal de administración y servicio y, por supuesto y por encima de todos, al alumnado. Este criterio no parece ser compartido por el actual equipo de gobierno de la ULL. La situación que se vive en el edificio central de la Universidad de La Laguna, y por extensión a la Facultad de Educación, es absolutamente caótica.

        Las obras siempre son molestas, pero se pueden soportar cuando uno comprende y comparte la finalidad de las mismas, pero en este caso la finalidad de las que se llevan a cabo en el edificio emblemático de la ULL, no es la de mejorar las condiciones y los recursos para la impartición de la docencia. La finalidad de dichas obras y el motivo por el que se le ha empeorado al alumnado todas y cada una de las ocupaciones que tienen que acometer, es el de mejorar las condiciones de trabajo del equipo de gobierno. No se puede caminar por ningún lado, ni por los pasillos interiores, ni por los exteriores, no se puede caminar por la zona de aparcamientos, ni por la zona de tráfico. No se puede hablar, o quizás sería mejor decir que no se consigue entender lo que tu interlocutor dice, y prestarle la debida atención sin correr el riesgo de que te atropelle un camión, un coche, una grúa, una pala, una carretilla, o una bandada de alumnos desesperados intentando llegar a algún sitio, que desde luego no estará señalizado y que por supuesto no será un cuarto de baño, porque no los hay. El ambiente que aquí se respira, lejos de lo que se podía esperar en un centro de enseñanza, esta cargado de polvo, basura y malos humos.

        Lo curioso es que no oímos a los alumnos protestar, no oímos a los docentes protestar (quizás porque se han quedado afónicos intentando hacerse oír en las “aulas” por encima de las máquinas), no oímos a los cargos académicos protestar ni pedir disculpas (que menos); no oímos al Rector ni dar explicaciones ni pedir disculpas, seguramente porque no tiene costumbre de pasear por aquí. Lo único que hemos leído son las declaraciones del vicerrector de infraestructuras intentando justificar, sin acierto, el caos generado por la falta de aulas y que lo que evidencian es la falta de previsión, una vez más, del equipo de gobierno de la ULL.

        Vemos eternas colas de alumnos que cruzan los pasillos frente a nuevas instalaciones diseñadas sin pensar en el usuario. Vemos grupos de alumnos descansando en zonas peligrosas para su seguridad e integridad. Nos encontramos a diario con visitantes, personal y alumnado intentando averiguar por qué puerta entrar o salir del edificio, ya que cada día se cierra una nueva, pero no se abre otra.

        Entre tanto despropósito tan sólo nos llama la atención observar a un personaje paseando como Pedro por su casa, con una sonrisa que le llega de oreja a oreja como un niño con zapatos nuevos, dando instrucciones a diestro y siniestro a un montón de gente absolutamente desconocida, al menos para los que llevábamos muchos años disfrutando de la paz de este edificio, como corresponde a un lugar de estudio y que desde hace ya casi cuatro años lo han convertido en un autentico infierno.